La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

La Era Científica


Cuando digo que estamos asistiendo al nacimiento de una nueva era, que llamo científica, me refiero al periodo de los últimos siglos, durante el cual, la ciencia ha proliferado con el desarrollo impresionante de la técnica, la medicina y el conocimiento en general de los procesos vitales, ha dado un giro rotundo en el devenir de la humanidad. Si un observador extraterrestre, un viajero en el tiempo, hubiera vuelto a la Tierra después de sólo cinco o seis siglos, en este momento no creería que este fuera el mismo planeta que vio por aquellos entonces. Como todo nacimiento, el parto de esta nueva era no se produce sin dolor y el fruto de las entrañas de este conocimiento científico, como si de un ser vivo se tratara, será también impredecible. De momento nos ha proporcionado a la especie humana un bienestar jamás soñado, tan grande, que si fuéramos justos y objetivos, sólo sería comparable, y aun mejor diría yo, que con la vida que llevaron Adán y Eva en el Paraíso Terrenal.

Si tenemos en cuenta, y esto es lo que queremos decir, que el Neolítico fue posible gracias a los cazadores-recolectores de la prehistoria, al fruto de sus observaciones del medio natural, la era científica, es posible gracias al tiempo libre proporcionado por la abundancia de recursos generados por la agricultura y la ganadería, también la pesca (aunque esta escapa al objeto de nuestro estudio sobre los incendios forestales).

Los cambios a nivel mundial han sido, grosso modo, que la humanidad se ha concentrado en grandes ciudades y que ha abandonado el medio rural. Parece lógico pensar que, si los caballos de fuerza mecánicos han sustituido a los animales que ejercían las labores agrícolas, las de carretería en el transporte de mercancías y viajeros y la fuerza del viento ha dado paso a potentes motores en la navegación; lo que atañe a nuestra Serranía es la desaparición de todos esos animales, pues ya no son necesarios, ni siquiera los caballos para los ejércitos, tan importante en otros tiempos no tan lejanos. Ha quedado un vacío de gentes y de animales. Lo único que podía suplir la falta, y hasta ahora lo ha hecho, era la ganadería extensiva, pero, como se dirá más adelante, el desprecio de muchas gentes, muchas de ellas con responsabilidades en el asunto, y la ignorancia de una gran parte de la población dispuesta a creerse lo que gentes mal intencionadas les digan desde los púlpitos de las redes sociales y plataformas afines, están preparando el terreno para que más pronto que tarde, sea cual sea la causa de ignición, veamos por aquí tan terribles incendios como los que han acaparado durante este verano los noticieros.

La ciencia, aunque lleve desarrollándose algunos miles de años y haya tenido muchos éxitos, no es infalible ni está siempre en posesión de la verdad. Entre otras cosas, porque se confunde lo que es ciencia con la mera especulación científica, incluso a veces se toma de manera dogmática como si se tratara de una religión. Es muy propio de muchos políticos y grupos interesados decir que van a hacer tal o cual cosa en base a unos informes científicos, cuando hay otros informes, elaborados por otros científicos que han estudiado en las mismas universidades, que dicen todo lo contrario.

Cuando, de pequeño, lo poco que fui a escuela, el maestro hablaba de las ciencias exactas, yo pensaba que, en contraposición a éstas, habría otras que no serían tan exactas. Pasado el tiempo, la observación me ha llevado a comprender que no sólo hay ciencias que no son exactas, sino que hay científicos al servicio de intereses bastardos. Con la materia inerte suelen clavar las leyes, pero con lo vivo todo son especulaciones y se toma como ciencia, sólo porque algunos lo digan, cosas que no lo son. La ciencia, según mi experiencia en estos asuntos, especula y dogmatiza, pareciéndose más a una religión sin Dios, aunque con asuntos mundanos que nos afectan ya en este mundo y no en el otro.

Como decíamos, los avances científicos han modificado la orografía serrana y han cambiado nuestra forma de vida. Las masas forestales se han duplicado, si no más, en sólo medio siglo, mientras que la población ha disminuido hasta quedar deshabitados muchos de nuestros pueblos.
Me van a permitir terminar con una reflexión filosófica. Son muchos los que dicen que Platón era un filósofo y que Aristóteles era un científico, como comprenderán no voy a entrar en el asunto, pero, antes que ellos, Parménides de Elea decía que todo permanece, mientras que Heráclito de Éfeso decía que todo fluye. Mi amigo y maestro, Ernesto Ballesteros, me hacía preguntas, algunas de las cuales siguen siendo un enigma al no encontrar respuesta, pero a la de cuál de estos filósofos tenía razón, siempre lo he tenido claro, los dos, y hablaban de asuntos diferentes: uno de las ideas y el otro de la vida, lo cual, para terminar, nos obliga a pisar tierra y decir que no es posible sólo con la ciencia (supongamos que es la idea) mantener las masas forestales de la Serranía de Cuenca y sí será posible apoyándose en la despreciada experiencia (supongamos que es la vida), fruto de la tradición y de las costumbres de sus habitantes.


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