Para quienes estábamos conformando nuestro pensamiento crítico allá por la década de los setenta del pasado siglo, estos dos sintagmas que abren la presente colaboración formaban parte de los discursos oficiales que los dirigentes del Régimen esgrimían como argumentario para justificar con causantes externos los males que afectaban a la Patria, alguno de los cuales tenía raíces internas. Así lo expresaba con el soniquete habitual el entonces Jefe del Estado a través del Nodo y así lo parodiaban semanalmente revistas críticas como El jueves o Hermano Lobo; la primera, “ que sale los miércoles” y la segunda, “ revista de humor dentro de lo que cabe”. Respecto a la primera de las imputaciones de culpabilidad, la de la pertinaz sequía, hay que reconocer que los tecnócratas del aparato gubernamental continuaron con las obras hidráulicas programadas desde décadas anteriores (Costa, por ejemplo), especialmente con la construcción de pantanos que intentaban regular los cauces y almacenar agua para los momentos de escasez o con programas de reforestación para ofrecer jornales en el medio rural y evitar también la erosión en tierras poco productivas; la primera de las acciones, sobra recordarlo, le valió al dictador el calificativo burlesco de Paco el Rana, por sus infatigables saltos de pantano en pantano para inaugurar las que entonces se llamaban faraónicas obras. Como casi todo estaba por hacer, en los primeros años de la Democracia se continuaron algunas obras inconclusas y se hizo de la cultura del agua un verdadero reto de modernización del país: redes de saneamiento en los núcleos rurales, limpieza de cauces, depuradoras, algún que otro trasvase con más o menos fortuna, desaladoras, etc. En definitiva, promoviendo políticas proactivas que intentaban solucionar el secular déficit hídrico que desde siempre asola las tierras de la Península Ibérica y no fiándose demasiado de la capacidad milagrosa de los santos a los que en casos extremos se acudía; por supuesto, que con las iniciativas particulares o agrupados en Comunidades de Regantes y Hermandades de Labradores se fueron buscando igualmente soluciones al problema del agua que, salvo casos extremos, tuvieron siempre la preceptiva supervisión administrativa. Respecto a la conspiración judeomasónica poco cabe añadir a tal pretexto si no es para denunciar su utilización para justificar los sinsentidos internos.
Han pasado ya más de cincuenta años y pareciera que no hemos evolucionado en la búsqueda de razones estructurales internas para superar algunos males que también ahora nos asolan. El de la sequía pertinaz es seguramente uno de los más graves y hemos encontrado un culpable que, siendo evidente, las actuaciones que se proponen no están tanto encaminadas a buscar soluciones sino a culpar a los humanos, especialmente a los que se mueven en el medio rural. Ese culpable no es otro que el tantas veces repetido cambio climático, a cuya divinidad estamos ofreciendo algunos sacrificios que poco contribuyen al bienestar de los humanos, como si estos tuvieran que someterse al mandamiento de una naturaleza en estado puro sin posibilidad de actuar sobre ella para adaptarla y mejorarla con el debido respeto; no otro sentido parecen tener decisiones como la eliminación de presas y diques que han venido sirviendo a las necesidades de agua en determinadas zonas, la prohibición de intervenir sobre los cauces para su limpieza, abandono del programa de depuradoras para propiciar la reutilización del agua y eliminar residuos, así como la proscripción de todo lo que tenga que ver con un Plan Hidrológico Nacional y otras acciones que los técnicos pueden aportar. Por supuesto que estos sacrificios tienen un sumo sacerdote ejecutor que son las Confederaciones Hidrográficas de Cuenca en cuyos despachos-altares duerme cualquier iniciativa que pretenda una mejora de los recursos hídricos, por respetuosa que sea con los usos tradicionales. Todo lo cual puede llevarnos hacia una transición ecológica lo más parecida a un desierto, por mucho que este proteccionismo burocrático quiera cubrirse de conservacionismo. Es evidente que las aristas del estructural déficit hídrico son tan complejas que nada puede ofrecer para su análisis una opinión tan poco fundamentada científicamente como ésta, aunque bien estará si sirviera para ir creando opinión sobre la necesidad de plantear también acciones estructurales a problema estructural como éste. Sobra decir que son necesarias las ayudas puntuales con las que se intenta mitigar este desastre económico que está causando la falta de agua, pero esto no puede impedir que se tomen decisiones y obras que contribuyan a una mejora de los recursos hídricos disponibles. Claro que eso necesitaría superar la sequía pertinaz de ideas que viene condicionada por presiones más o menos confesadas de unos y otros, lo cual no es menos fácil que superar esta pertinaz sequía de agua que nos azota.
En cuanto a la conspiración judeomasónica como pretexto para no reconocer las culpas propias dejaremos su análisis para mejor ocasión, si bien es cierto que tal conspiración parece llevar por nombre Putin, que ha venido a sumarse a otro pretexto no menos catastrófico y culposo como la pandemia que ha invalidado nuestras buenas intenciones. A esta la hemos vencido, veremos a ver cuándo superamos sus efectos negativos no sea que vayamos en dirección contraria como, a mi parecer, estamos yendo en la superación de la pertinaz sequía. Entre tanto, y por si acaso, miremos al cielo, mediante la intercesión de San Isidro, por si tuviera a bien paliar con el líquido elemento la desolación de unos campos mortecinos y unas bocas que pueden estar a punto de correr suerte pareja.