La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

La salida honrosa


El discurrir de la vida te obliga, bastante a menudo, a rectificarte a tí mismo. Por eso no soy amigo de las posiciones inamovibles en ningún ámbito, ya que presumo que, en alguna ocasión, tendré que desdecirme.

No suelo, por tanto, prometer nada que no conozca como seguro y, por ello, veo estupefacto cómo otros sí lo hacen. Allá ellos, me digo autocomplaciente. No obstante, no puedo evitar asombrarme al observar cómo suele tenerse en más alta estima al que afirma sin certezas que al que procura ser cuidadoso y razonablemente prudente.

Además, aquellos temerarios con los que me topo resultan ser, bastante a menudo, eruditos a la violeta (a quienes dediqué una columna que imagino que usted recordará). Cuando se les rasca un poco, se les quita todo el barniz. Aquello de que las mentiras tienen las patas muy cortas es, simplemente, cierto. 

Sin embargo, veo a algunos enrocarse en las mentiras que crearon y que siguen cebando. Les descubro manoseando datos sin rigor, sacando fuera de contexto afirmaciones y mezclando conceptos que, además, desconocen. Difaman, mienten y pegan una patada hacia adelante.

Esas personas a las que me refiero no pueden vivir, sin embargo, en la tranquilidad de la verdad; pues, como bien advirtió Alexander Pope: El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.

 ¿Quién de nosotros no se ha encontrado con que mintió en algún aspecto y, para no ser descubierto, se vio obligado a mentir más y peor? La ética no está, en mi opinión, en no mentir nunca; sino en sentir, cuando se hace, un aguijonazo de la conciencia.

Los hay cuyo modus vivendi es la mentira; no lo niego. Esos individuos se encuentran tan cómodos engañando que, con demasiada frecuencia, acaban creyendo sus propias falacias con naturalidad. Para el resto, descubrir a ese tipo de mentirosos resulta una labor descomunal.

Todo tiene, sin embargo, arreglo.

En más ocasiones de las que usted creería, existe una salida honrosa para aquellos que se encuentran enmarañados en su telaraña de autoengaños; sólo es cuestión de usar la imaginación. Esta salida suele venir, además, de la munificencia de quienes han conocido esa falsedad y que, aunque la han combatido, valoran más la verdad que la venganza.

En ciertas ocasiones me he encontrado en esa posición de facilitar la salida digna de algún exmentiroso; no porque yo sea alguien extraordinariamente generoso, sino porque soy un tipo convencido de que la verdad es antiséptica.

He combatido sus mentiras con vehemencia cuando las afirmaban pero, cuando se han arrepentido de ellas y he tenido que elegir entre la efímera sensación de victoria por ver desenmascarado al embustero y la posibilidad de redimirlo, no he dudado en escoger el camino de la manumisión; y seguiré haciéndolo siempre que sea necesario.

Pues tú eres tonto; pensará usted sobre mí, equilibrado lector. Y coincido con usted, si así lo cree. 

No obstante, no soy el único que hay en España, pues ya sabe que aquí entra un tonto por Francia y se nos cae otro por Cádiz. Por eso prefiero ser este otro tipo de tontos.

 

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