La venganza es un monstruo surgido de las entrañas de nuestro espíritu; oscuro, informe, corrosivo. Es el odio convertido en un impasible y vertiginoso movimiento. Es la inmersión del alma hasta un tenebroso abismo de inseguridad y dolor. Es, sin duda, la retroalimentación del sufrimiento propio con el de otros a los que se culpa.
Es por esas cualidades tan aborrecibles por las que la venganza es más común que la bondad. Vemos ejemplos a diario. La venganza forma parte de la naturaleza humana: en mi opinión, una de las notables diferencias entre unos y otros sólo estriba en la capacidad para llevarla a cabo en toda la extensión deseada.
Vemos cómo muchos de los aspectos públicos giran en torno a la venganza y cómo buena parte de nuestros dolores íntimos de cabeza vienen provocados por ella. Advertimos personajes enmascarados con una corrección tan exquisitamente fingida que esperan con paciencia el momento más propicio para expulsar su terrible bilis. Encontramos otros más sibilinos que, con oscura alevosía, se encuentran en una excitación morbosa ante la expectativa del dolor ajeno experimentado por aquellos a quienes ellos culpan de su propia ruina.
Resulta pavoroso observar aquellas situaciones que no tienen más justificación que la sed infantil de venganza. Advierta aquí, atento lector, que con infantil no me refiero a la inocencia de la niñez, sino a ese retorcido afán por descubrir el sufrimiento propio a través del ajeno mediante la experimentación con otros seres vivos.
La venganza, perspicaz lector, es la causa detrás de recientes decisiones políticas, injustificables desde cualquier otra perspectiva. Es la venganza la que ha movido a tomar decisiones contrarias a la ciencia, a la lógica y a la prosperidad de Cuenca. Es la venganza la que ha originado una serie de sucesos marcados por la arbitrariedad y el abuso.
El deseo de venganza se revela como el ímpetu vital más destructivo. Impulsa a quienes los alimenta hasta lograr objetivos difícilmente confesables –normalmente deshonestos-, y, al conseguirlos, el vacío que deja la bondad al esfumarse penetra hasta las entrañas y lo desintegra todo.
Usted, bondadoso lector, no permita que la venganza sea el único impulso de su existir. No haga como ellos.