La Opinión de Cuenca

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La vida oscura de D. Julián Ramírez ( y III)


En el mes de julio de 1580 Felipe Sega todavía continuaba con el proceso, y parece ser que era tanto lo que estaba encontrando que solicitó un breve para poder detener al obispo corrupto y enviarle a Roma para que fuera juzgado allí.

El 6 de agosto de 1580 envió a Roma el segundo informe con las nuevas averiguaciones que había realizado. A pesar de la discreción con que se llevó el proceso, su contenido había trascendido y era de domino público, no solamente en la diócesis de Guadix, sino en todos los reinos de España.

Terminado de interrogar a todas las monjas, criadas y seglares del convento, se confirmó las averiguaciones del primer informe.

Las monjas encubridoras confirmaron lo dicho en el primer informe, sobre las desvergüenzas continuas que se hacían en el convento.

La abadesa, María de la Cueva, confesó todo, llorando amargamente y pidiendo misericordia.

Los clérigos y amigos encubridores confesaron todo.

Se averiguó que, en el convento de Santiago de monjas clarisas, el obispo don Julián entraba y salía con sus amigos. Durante la visita cuatro años antes, cometió las mismas desvergüenzas que después hizo en el convento de la Concepción.

El obispo era hombre de mal vivir y estuvo públicamente amancebado en Guadix con mujeres de mala fama. Por sus actos perdieron la virginidad varias jóvenes, obligándolas a casarse con algunos criados suyos.

¿Fue esta forma de proceder de don Julián Ramírez, violar la virginidad de mozas jóvenes para después casarlas con sus criados, dándoles una dote compensatoria, la que utilizó cuando era cura de La Mota? Parece que pudo ser así, porque coincide con el modo de proceder que tuvo con las doncellas de la ciudad de Guadix.

El obispo don Julián vivió en pecado mortal, se acompañó de personas de mala vida, el arcipreste Diego López Ramírez, su sobrino, el canónigo Rodríguez, el racionero Pérez, Juan de Mesa y el racionero Monegro, su secretario y capellán. Era de dominio público en Guadix que vivían amancebados.

El obispo don Julián dio beneficios y bienes a deudos y hermanos idiotas, negándolos a personas honradas que lo merecían. Ordenó sacramentalmente a personas de fuera de la diócesis, solo por ruego y persuasión de algunas damas. Se probó que el obispo robó los dineros de las fábricas de muchas iglesias, cifrándose en la importante cantidad de 5.000 ducados, por cuya falta de reparación cayeron algunos tejados de iglesias.

No pudiendo retrasar por más tiempo el requerimiento de Felipe Sega, que solicitaba a don Julián se acercase a Madrid, a pesar de sus negativas y disimulos, finalmente apareció. Reconoció todos los hechos, solicitó clemencia llorando ante el nuncio por su comportamiento y escribió una carta a S.S. Gregorio XIII pidiendo su perdón y reconociendo sus pecados.

A principios del año 1581 Felipe Sega envió un informe del proceso completo a S.M. Felipe II, rogándole que tuviese misericordia del obispo don Julián, pues le había mostrado su sincero arrepentimiento, teniendo en cuenta que era una persona hidalga de las más principales de Villaescusa de Haro, buen sacerdote y predicador, licenciado teólogo, maduro de edad y con dignidad episcopal. Felipe II escribió enseguida a Felipe Sega desde Portugal, expresándole su preocupación y dolor por la gravedad de los hechos; aunque aceptó la petición de misericordia del obispo, era de la opinión que se debería aplicar un castigo que sirviese de ejemplo público, aunque finalmente declinó en Felipe Sega que determinase lo que fuese más conveniente. La carta de S.S. Gregorio XIII desde Roma se recibió también rápidamente, en ella prevalecía la justicia y el ejemplo público sobre la clemencia, por ser los delitos tan graves y tan horribles.

El mes de julio de 1581 Felipe Sega dictó su sentencia contra don Julián Ramírez y sus cómplices, informando de ella a Roma:

Don Julián fue recluido a perpetuidad en el Convento de Uclés; la diócesis de Guadix se declaró vacante.

A las monjas no les aplicó sentencia, pero sí un decreto que conmutaba las penas por cárcel, penitencias y disciplinas que serían aplicadas dentro del convento.

El confesor fue condenado a galeras, rechazándose la apelación que formuló para que se le conmutase la pena. La condena a galeras era casi como una condena a muerte.

El resto de personas, incluido el sobrino seglar de don Julián, fueron juzgados por la jurisdicción eclesiástica.

Nuestro cura párroco de La Mota y prior de Uclés, buen teólogo y predicador, representante de Dios en la Tierra, llevado por su ambición y excesos sexuales creyó estar por encima de todas las leyes divinas y humanas, cometió muchos excesos y pecados contra Dios y sus fieles, provocó escándalo público que alcanzó a todos los reinos de España, para los que no hubo calificativos, pero pidió perdón sincero, lloró y se arrepintió. Si Dios, el papa y el rey le perdonaron nosotros no somos más que ellos, así no podemos condenar al cura párroco de La Mota, prior del Convento y Priorazgo de Uclés, capellán del rey Felipe II y obispo de Guadix, don Julián Ramírez, sino aceptar con misericordia su solicitud de perdón sincero.

Años más tarde se le disminuyó la pena, se le permitió oficiar misa y se le concedió una renta de 150 ducados, cincuenta más de los que solicitó al rey cuando pidió limosna para su beneficio curado de La Mota del Cuervo.

Don Julián Ramírez murió en su reclusión del convento de Uclés.

 

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