La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Las dos Españas


Al fin llega el último domingo de noviembre. Un mes extraño y confuso en el que si tuviera que hacer balance de lo vivido, creo que saldría un saldo negativo, porque se han acumulado tantas situaciones malas que han eclipsado las positivas. Los duelos han superado a las felicitaciones de cumpleaños y las frecuentes visitas al médico a los ratos de ocio y disfrute. Y es que noviembre, mes de colores y sensaciones, llega a sus postreros días dejando una sensación agridulce, como aquellos caramelos que saben a gloria en los primeros momentos pero que poco a poco se apodera el sabor ácido y cuando acaba, es el único recuerdo que te queda de la ansiada golosina.

Pero no todo va a ser negativo, o si lo prefieren, medio positivo. No. Noviembre es también la antesala de mes más empalagoso del año. Es el preludio de la navidad, de las fechas ‘entrañables’, de las prisas y aglomeraciones en los supermercados, de reuniones familiares, comidas de empresa y de los buenos deseos formulados con la boca pequeña, como si temiéramos expresarlo en voz alta, deseando de verdad paz y felicidad a cuantos nos rodean.

Y por si fuera poco lo sucedido en noviembre, a pocos días del final, nos vemos obligados a hacer un paréntesis en la vida cotidiana y centrar nuestra atención en los partidos de fútbol del Mundial. Sí, de ese Mundial polémico y cargado de incongruencias, al que se han sumado casi todas las federaciones nacionales con tal de no perder el control del puñado de dólares que implica su asistencia, aun siendo conscientes de que Catar, país organizador, no es el mejor ejemplo de estado democrático, en el que la libertad de expresión no es santo y seña de su identidad y en el que las leyes son, más que severas crueles, implacables con quienes son o se sienten diferentes. Paradojas de la vida. Lavadero de imagen, aunque por más detergente que pongamos en la lavadora, sólo lograremos blanquear las túnicas de los cataríes que acuden al campo a aplaudir a los jugadores, aunque la mayoría de los espectadores no sepan si quien juega es Honduras, Uruguay, Camerún o un partidillo amistoso entre solteros y casados. ¡Lo que hace don dinero!

Pero no crean que digo lo de la Copa del Mundo sin ver su parte positiva, no. También la tiene, porque al menos durante un mes dejamos de centrar la atención en la monserga política a la que nos someten nuestros amados líderes, hablándonos día y noche de sus grandes ideas, de sus fantásticas leyes y de sus pactos de conveniencia para seguir manteniéndose en el poder que es lo único que les preocupa de verdad. Mientras pensamos en si acierta Luis Enrique o se equivoca en la alineación, los políticos aprovechan la alienación (no, no me he equivocado), para seguir soplando la hoguera y fomentar aún más la cortina de humo que nos impida ver la realidad de un país que se encamina hacia lo desconocido, sin rumbo ni perspectivas de futuro, gracias a unos dirigentes a los que se les llena la boca de palabras sin contenido, hablando del pueblo y para el pueblo; del ciudadano y de la gente, cuando en realidad el pueblo, la gente y el ciudadano les importa poco menos que nada. Claro que eso no lo van a reconocer jamás, porque el cargo ya lleva implícita la gran dosis de cinismo que se necesita para estar en política. Y digo en política, metiendo en el saco a todos, todas y todes…
¿Saben ustedes lo bueno que tiene el campeonato de fútbol y la política? Pues algo tan simple como que si España gana el Mundial, seguro que es por la buena gestión y la sabiduría de Pedro Sánchez. Lo malo es si lo pierde o no llegamos a pasar de cuartos de final, porque entonces sí que será la debacle nacional y la culpa, sin duda alguna, para Núñez Feijóo.

De momento voy a ver si me da tiempo a ver el siguiente partido (contra Alemania), ya que cuando escribo estas líneas aún faltan 24 horas para el encuentro y aún me dura la resaca del 7 a 0 que la Selección Española (la de todas las Españas), le endosó a Costa Rica.
Si ganamos a los teutones, seremos los más grandes. Si perdemos, empezaremos con los lamentos y la eterna canción de las dos Españas. Cada uno que lo interprete como mejor le parezca, porque estamos en un país que, por ahora, puede presumir de ser libre. Catar no puede decir lo mismo. Paz y bien.

 

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