La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Las estupideces -y peligros- de la corrección política


En nuestra globalizada ” sociedad de la información” se ha instalado la desinformación de la mano de dos fenómenos sintomáticos de nuestro tiempo: la corrección política y la posverdad, manifestaciones contemporáneas de la quiebra de la racionalidad y la estupidez.

DarÍo Villanueva; Morderse la lengua (corrección política y posverdad).

Lo políticamente correcto (political correctness) es un término tomado del inglés, que empezó a popularizarse en los años setenta del pasado siglo y vinculado inicialmente a los debates habidos entre las orientaciones comunistas y socialistas de la izquierda americana por la interpretación de la doctrina de Mao Tse-Tung. En la actualidad, la expresión ha ampliado su significado referencial y se utiliza para “ describir el lenguaje, las políticas o las medidas destinadas a evitar ofender o poner en desventaja a personas de grupos particulares de la sociedad”.  Es a esta acepción más general a la que me quiero referir específicamente para traer a su consideración algunos aspectos de esta llamada corrección política cuyo alcance acaso no se calibra en sus justos términos abducida como está la sociedad por ese otro término de la neolengua que es el llamado buenismo. Y es que la llamada corrección política se ha convertido de hecho en una especie de tolerancia represiva ejercida por quienes detentan el poder en sus diversas manifestaciones, ya sean políticas, económicas, culturales, medios de comunicación o la propia sociedad civil convenientemente organizada por loobies que no siempre se dejan ver. Primero se autoproclaman los buenos para crear un pensamiento correcto dominante y a continuación se convierten en censores de aquellos que osan discrepar; todos lo regímenes totalitarios lo han hecho y algunas democracias actuales están en ello. En el mundo de la política esto resulta evidente cuando los populismos de uno u otro signo se valoran a sí mismos en positivo y denigran al rival, que pasa inmediatamente a ser considerado enemigo y, por tanto, políticamente más que incorrecto.

Siendo ya peligrosa esta criminalización del rival político, lo es aún más si cabe cuando lo políticamente correcto se traslada a otros ámbitos de la vida en sociedad para crear una moral excluyente para quien no comulgue con el decálogo ideado como políticamente correcto. Tal es el caso de la apropiación exclusiva de palabras como Patria, Vida, Libertad, Progreso, la ideología de género convertida en dogma, el lenguaje inclusivo llevado hasta el extremo, el discurso feminista radical excluyente y otras lindezas que los lectores bien conocen y que acaso tengan que sufrir si no son esclavos de ese discurso de corrección política oficializada tanto en la esfera gubernamental como en la llamada sociedad civil no gubernamental; de ahí, entre otras muestras, los aspavientos que ha provocado la expresión  neutra de significado otrora “gente de bien” pronunciada por Feijoó.

En este mismo sentido y aunque pueda parecer algo aparentemente inocente, me referiré de manera más concreta a la noticia aparecida estos días según la cual el editor de las obras de Roald Dahl ha decidido borrar de sus obras- Charlie y la fábrica de chocolate entre ellas- o modificar cualquier referencia al género, la apariencia o el peso de sus personajes; todo ello, según sus albaceas, para acomodarse a los gustos del público actual y atenerse a lo que hoy es considerado políticamente correcto. Como decía, el asunto pudiera parecer intrascendente si no fuera porque vete a saber cuáles son los límites de la corrección política en este terreno. Porque, por esta misma razón, sería lógico eliminar de nuestra literatura toda referencia a personajes judíos, negros, gitanos o pícaros de toda ralea con tal de no incurrir con esta heterodoxia discriminatoria en la herejía de traspasar lo políticamente correcto. Más aún, podría darse el caso de que el Ingenioso hidalgo, perdón, ingenioso hijo de personas nobles resultara acompañado de persona humana con cintura prominente; o que Abenamar no fuera moro de la morería sino ser humano que en su patera venía. Por supuesto que Lorca tendrá que ser reescrito en su totalidad.

Exageraciones al margen y por no insistir en situaciones cómicas a las que puede llevar la consigna de seguir lo políticamente correcto, traigo a la consideración del amable lector el peligro que supone dar por buena la aceptación acrítica de aquellos mensajes que la corrección política está implantado en nuestro mundo conceptual; por supuesto los que emanan de la llamada sociedad civil pero, más aún, los que emanan de fuentes oficiales. No se trata de ser políticamente incorrectos, aunque también, sino de no aceptar que nos den gato por liebre, que las buenas formas y lo bien sonante no nos impida ver la verdad de las cosas por muy diversa que sea la perspectiva desde que las contemplemos. En definitiva, pongamos en práctica dos habilidades sencillas aunque cada vez más en desuso: el sentido común y la moderación. Sólo así podremos corroborar y denunciar que el rey está desnudo, según el clásico, o que no nos quieran vender la mula por buena cuando en realidad era falsa, tal y como cuenta la tradición popular más cercana; es el caso que un labrador tuvo que llevar a vender una de sus mulas porque el referido animal, o ser viviente para ser correcto, le había agradecido su trato cuidadoso con un par de coces que lo habían dejado para el arrastre. De camino a la feria, iba pensando para sus adentros y le iba relatando en voz alta a la susodicha: “y que yo tenga que decir que tú eres buena”. Pues eso.


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