La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Las luces de Vigo y el luciernago


Llevamos una semana de adviento, de preparación para vivir la Navidad, y la paradoja es que se hable mucho de las luces de Vigo y muy poco de las pocas luces de algunos. Nos preocupamos de la escarcha fugitiva, de las manos frías, y olvidamos lo esencial, todo aquello que afecta en profundidad al resinero. Parece en este tiempo presente que lo importante es el goce o el disfrute de los sentidos, el “bebercio”, el comercio, y el polvo nuestro de cada día (alguno habrá), viviendo el sexo con el que nos autentificamos. Cosas de criaturicas que no les sirven a los que no les han dado tiempo para nacer, como ese Jesús que tanta vida alumbró y que ya quisieron asesinar los mandamases imperialistas en un pesebre de hace dos milenios. Hoy se recuerda a un muerto de hace “muchismos” años, y que sigue mas vivo que cualquier mequetrefe o “luciernago” de los que ven en este adviento una fiesta pagana, como así lo era el “día natal del sol invicto” que, los que quisieron linchar a un bebé, celebraban. Y poco han cambiado las cosas. Yo quiero recordar al Cardenal Lavigerie, muerto al inicio del adviento de 1892 en Argel, hombre integro que, imitando el modelo jesuita en todo menos en su individualidad, ganó África para los cristianos, y allí siguen los Padres Blancos, dejándose querer por tener más luces que los vigueses y un cielo siempre encendido. Lavigerie fue austero en lo exterior, en aquello que hoy muchos millones de españoles de hoy son a la fuerza. Muchos comparten lo poco que tienen, pocos comparten lo mucho que tienen. Hay muchos pobres, también de espíritu, que ansían las riquezas de otros, y en el medrar político algunos inútiles ven esa posibilidad. No dejaran nunca de ser pobres y desgraciados, que el que es rico de verdad hace de la austeridad su santo y seña, y convierte un huevo frito en manjar. La generosidad es el santo y seña de quien sabe que tiene más de lo que necesita. Muchos pobres aumentan sus tesoros terrenales, acumulan conquistas sensoriales, manjares y manteles, como esos desgraciados que a costa del contribuyente gastaron el dinero del pobre en mariscadas inmerecidas. Yo veo en sus caras fatuidad, infelicidad de barrigas llenas y malas digestiones. Y me fijo en la misión que Lavigerie ayudo a crear, y veo niños “micorancios” con un cuenco de mijo y mocos colgando, cual gota de resina, y veo felicidad. Triste que la chusma decrépita no sepa que el hombre en la abundancia descansa y en la pobreza trabaja. Triste es que dejemos que los que no trabajan por los pobres sean los que mandan en España, y encima nos digan en sus campañas que todo lo hacen por la prosperidad de las clases más jodidas, cuando son las que más notan la asfixia. Menos mal que nos queda el adviento para descubrir al verdadero redentor, guardemos silencio, y no nos dejemos deslumbrar por el oropel de los brillos y luces de Vigo, que en Cuenca estamos a oscuras, aunque sea la hora de la siesta en la solaneja del secarral bajo un sestero resinoso.
 

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