Nada es verdad ni es mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira”. El lector pre-Logse habrá adivinado enseguida que estos versos están tomados de la obra Las Doloras, de Campoamor, y que fueron publicados allá por 1846. Pero no es cuestión ni lugar para valorar las bondades y debilidades de los cánones literarios que incluían al autor asturiano entre las lecturas escolares. Como es habitual en esta colaboración, miramos a los clásicos con el único fin de relacionar sus enseñanzas con algún tema del presente. Y es que, aunque pueda parecer extraño, entiendo que esta dolora decimonónica y de estética realista tan ignorada y acaso denigrada entre los más jóvenes tiene hoy plena vigencia. Me explico; en 2016, el Diccionario de Oxford eligió como palabra del año la que en español se traduce como posverdad, cuyo significado, según la RAE, es el siguiente: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
El amable lector habrá inferido que no era imprescindible tal vocablo nuevo para expresar este concepto pues ya los sofistas griegos lo ejercitaban con profusión, al igual que Platón, Maquiavelo, Max Weber, Leo Strauss o el propio Marx justificarían después “ la mentira política”- pues de eso se trata- y cómo la distorsión deliberada de la realidad sería un instrumento eficaz en aras del “ bien público”; por no referirnos a la magistral versión novelada sobre el asunto, de Orwell, en Rebelión en la granja. Nada nuevo en apariencia, por tanto, aunque tal palabro ha provocado ríos de tinta para referirse al fenómeno Trump, al Brexit británico y a algunos populismos bien concretos. Muy escasamente- que yo conozca- se ha traído a colación a la política española más reciente y creo que también es aplicable. A mi modo de ver, la era de la posverdad política en España dio sus primeros pasos con OTAN, de entrada, NO, siguió con Aznar “hablando catalán en la intimidad” y “España va bien”, se consolidó con Zapatero y su “economía española de champions” a la vez que sentenciaba que “ España es un concepto discutido y discutible”, la continuó Rajoy con aquella “quietud pacífica” ilusoria, y más recientemente han consagrado esta era de la posverdad quienes apelan de diversas formas a la caducidad del “Régimen del 78” reivindicando una España Federal, poniendo en entredicho la Monarquía o diciendo que modificar la ejecución de sentencias judiciales es “ restablecer la concordia entre españoles”, o bien abogando por eliminar el Estado de las Autonomías y expulsar a los inmigrantes. Seguro que el repertorio podría ser ampliado por cada lector, incluso con curiosas declaraciones episcopales y vaticanas; sin necesidad de abundar en ello, para verbalizar mi opinión sobre las implicaciones que supone esta distorsión deliberada de la realidad son suficientes los ejemplos aducidos.
Volviendo a los versos de Campoamor y al concepto de posverdad, alguien podría pensar que tales distorsiones están en la línea de la más pura tendencia del pensamiento liberal español: Cervantes y su “baciyelmo” ( bacía vs yelmo= baciyelmo), Ortega y sus “puntos de vista sobre la manzana”, etc. Ahora bien, sería un grave error confundir este perspectivismo múltiple auténticamente español por cervantino con el relativismo que suponen los versos de Campoamor y, por supuesto, con esas otras afirmaciones relativistas y posmodernas que refería antes; desde luego, ese perspectivismo de estirpe cervantina niega por propia definición la existencia de una verdad absoluta a la que aspirarían los objetivismos racionalistas. Pero, insisto, el perspectivismo cervantino y orteguiano que reivindico y contrapongo a estos relativismos no pone en entredicho la existencia misma de la realidad sino que entiende que aprehenderla y representarla solo es posible integrando diferentes puntos de vista, que no pueden negarse entre sí sino completarse entre ellos en aras de una perspectiva múltiple y de una realidad integradora.
Por el contrario, el aparente subjetivismo de los versos de Campoamor y de los adalides de esta posverdad reinventada tienen como principio básico la negación de la subjetividad del otro, con el fin de crear una nueva realidad amable con sus intereses a partir de la utilización del arma más poderosa, que no es ni más ni menos que la apropiación del lenguaje como instrumento para crear realidades afectivas a partir de él. Si yo selecciono y me apropio de un lenguaje con connotaciones positivas estaré creando una verdad atractiva para el auditorio y lo ganaré para mi causa; si al contrario le atribuyo un lenguaje de connotaciones negativas provocaré su rechazo entre el auditorio y, más aún crecerá ese rechazo si el propio contrario utiliza un lenguaje que no apela a los sentimientos positivos sino a la escurridiza objetividad; verbigracia, progreso/regresión, diálogo/enfrentamiento, concordia/discordia, España plural, España Una y Grande, etc.etc.etc. Para decirlo otra vez en román paladino: Vox apelando a los sentimientos xenófobos de una parte de la población, que previamente se han exacerbado, o renegando de Europa y del Estado de las Autonomías, y la actual cúpula del PSOE y actual Gobierno legislando “con el corazón” para recuperar la concordia entre los españoles; Ayuso, por supuesto, apelando a otros sentimientos que acaso se acercan más al “primum vivere”, aunque no solo.
Y es que en la era de la posverdad el asunto político no se dilucida entre verdad y mentira, pues ya hemos dicho que son conceptos escurridizos y caducos. El político de la era de la posverdad tendrá mucho cuidado en que sus afirmaciones tengan todas ellas apariencia de verdad, de verosimilitud, pues de lo contrario serían rechazadas de antemano; al ser verosímiles, no importa que sean contradictorias y que se contradigan muchas veces pues apelando a los sentimientos de los espectadores ellos van a comprender que se puede caer en contradicción, como en la propia vida, dependiendo de situaciones cambiantes y previa una labor de justificación en los medios de comunicación. Para intentar concretar. Pongamos por caso que el llamado conscientemente con connotaciones negativas “Régimen del 78” fue la puesta en práctica política de ese perspectivismo múltiple cervantino y orteguiano, entre otros, que hizo posible la integración de diferentes puntos de vista para crear esa realidad diversificada y complementaria. Por supuesto que tal realidad se ha podido mejorar incorporando nuevos puntos de vista y los políticos de la posverdad también lo saben, pero ellos dan por supuesto que incorporar nuevos puntos de vista integradores no son suficientes a sus intereses ni a esa nueva realidad que quieren construir con palabras y atractiva emocionalmente para los votantes. Para ello, tienen que partir necesariamente de denigrar los defectos del “Régimen” para justificar su demolición, negar la validez del punto de vista de los rivales convertidos en enemigos y dibujar un mundo feliz para el futuro en el que desean hacer creer que ellos son los demiurgos que lo han hecho posible. Todo ello verosímil, apelando a los sentimientos de los ciudadanos que, salvo raras excepciones, siempre queremos el bien público. Otra cosa es que sea verdad, pero eso ahora poco importa; como “todo es verdad y es mentira”, lo verdaderamente importante es “legislar con el corazón”, con sentimientos positivos y traer adeptos a la causa. Esa otra realidad más vulgar del día a día importa poco pues al final nos espera una tierra prometida de concordia y abundancia, que es verosímil, pero vete a saber si será real al haber aceptado que no hay límites entre la verdad y la mentira; aunque ya se sabe que la mentira suele tener las patas muy cortas. Este es mi punto de vista y así se lo he querido contar recién abrazado al apóstol Santiago, con el ánimo de que lo incorporen a su punto de vista y, entre todos, vayamos construyendo esa realidad tan poliédrica que aspira a la verdad. Entre tanto, volvamos de nuevo a Ortega para acercarnos al Problema de Cataluña desde la perspectiva que él propone con la palabra conllevancia, suma de conllevar y tolerancia.