La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Muchas gracias, maestro


Uno los recuerdos indelebles que mantengo y que suele acompañarme en muchas ocasiones a lo largo de la vida está relacionado con la actividad deportiva que hacía en Tarancón en los años alrededor de 1970.

Nací en Barajas de Melo 1957 y después de cuatro años mis padres se trasladaron a Tarancón. Allí me quedé hasta los 16 años, cuando ya con toda la familia en Madrid desde noviembre y después de terminar sexto de bachillerato en el Instituto, me tocó hacer una nueva vida en la capital.

En los años en que tendría 10 u 11 tuve la suerte de empezar a jugar a balonmano. Y digo que tuve la suerte porque quien nos entrenaba era una persona que resultó clave en la formación humana, además de la deportiva, del grupo de personas que caímos en su entorno.

El deporte en edad escolar se debe entender, por supuesto, como una competición en la que se debe intentar ganar; pero también, y más importante, como una base para la formación como personas para la vida. Se deben entender y asimilar muchos de los valores que debemos aplicar siempre. Esfuerzo, disciplina, sentido de equipo, solidaridad, creatividad, saber ganar, saber perder, tener objetivos, hacer amigos, respeto a los árbitros (léase jueces…), confianza en la buena fe de las personas, reclamar con argumentos y educación, asimilar las derrotas y saber recuperarse, etc.

Esos años entre los 10 y los 16 tuve “clases” casi diarias de todos estos valores. Muchas veces integradas en las actividades de entrenamientos y durante los partidos y otras con charlas específicas de nuestro entrenador. Una persona pausada, paciente, exigente, dialogante y siempre atento a escrudiñar las causas de una mala actitud o de cualquier problema que tuviéramos a lo largo de los entrenamientos o partidos y a sacar el máximo de nosotros.

No sé si fui un “buen alumno”, pero al menos lo intenté. Lo que sí me quedó de sus “clases” fue ese marco de formación humana que he ido aplicando lo mejor que he podido desde entonces. Y no es poco, porque las clases fueron tan buenas que grabaron con fuego esos principios de comportamiento en mí, de forma que han estado presentes siempre en mi quehacer diario. Evidentemente, me habré equivocado muchas veces en su aplicación, pero siempre han estado presentes.

De los valores mencionados anteriormente quiero hacer hincapié en dos de ellos. Saber perder es de los más difíciles, pero también es de los más gratificantes. Es muy importante para la vida ya que se pierde muchas veces y ayuda mucho para recuperarse de algo que “salió mal” y a no decaer en el esfuerzo para que lo siguiente “salga bien”. Pero más importante es saber ganar y, para mí, quizá un poco más gratificante todavía.

También el esfuerzo, la disciplina, la solidaridad y el resto de los mencionados son enormemente importantes. Hay que entenderlos primero y luego aplicarlos muchas veces y sin resquicios para que no se olviden. Y nuestro “maestro” no cejó en su empeño diario para que así ocurriera. Cada día, como un martillo pilón, sin prisas, pero sin pausa alguna. Solo se molestaba y nos corregía con vehemencia cuando actuábamos de forma poco deportiva o poco ejemplar con los componentes del equipo contrario y cuando no dábamos el máximo que llevábamos dentro, que algunas veces era menos que otras.

Seguí jugando al balonmano durante mis estudios universitarios y hasta que empecé a trabajar, lo que aconteció con 23 años, durante cinco años y en distintos países del mundo, pero nunca se me olvidaron aquellas “clases”, ni, por supuesto, nuestro “maestro”. Y siempre mantuve el amor al balonmano.

También, mis padres me inculcaron otra de las ideas que perdurarán siempre en mí: es de bien nacidos el ser agradecidos. Y cuanto antes se agradezca, mejor. Esta es más fácil de entender, aunque a veces cueste más aplicar. Dar las gracias siempre es bueno y no cuesta nada. Y a eso voy.

Quede patente mi enorme agradecimiento público a esa persona que fue nuestro “maestro” y que nos inculcó de forma maravillosa los valores que he comentado anteriormente. Él siempre aceptó las derrotas y disfrutó las victorias siendo un caballero y felicitando al ganador o consolando al perdedor. Nunca ahorró esfuerzos para sacarnos adelante en lo deportivo, en lo humano y en lo personal a los adolescentes que formábamos aquellos grupos. Nunca un fallo. Nunca un mal ejemplo. Siempre ejemplar.

Gracias a Rafael González González. Gracias, “maestro”. Gracias, Martín, como todo el mundo te conoce. Te lo dije hace unos días personalmente y aquí lo digo en público. Siempre te estaré agradecido.

P.D. Por circunstancias de la vida y después de muchos años, en 2013, tuve la oportunidad de proponer el patrocinio de las selecciones nacionales de balonmano (todas ellas, femeninas y masculinas de todas las edades) por Correos, empresa en la que tuve el honor de trabajar desde 2012 a 2018. Y de esto derivó una de situaciones de las que mejor recuerdo me ha dejado hasta este momento, ya que la Real Federación Española de Balonmano me concedió, muy inmerecidamente, la insignia de oro de la misma en la misma ocasión en que le fue concedida a Juan de Dios Román en Ciudad Real en el año 2015. De esto en concreto también soy deudor de Martín.





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