La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

No tenemos remedio


La España vaciada ha vuelto a llenarse de luz y de color durante el puente de la Hispanidad. Millones de desplazamientos, carreteras colapsadas y colas interminables en las gasolineras, como si de Inglaterra se tratase.

Huir de la ciudad en un larguísimo fin de semana es, para los españoles, más que un simple descanso una norma de vida, una ley no escrita que cumplimos gustosos.

Nosotros, los urbanitas, que tanto presumimos de móviles de última generación, de autos híbridos, de conexiones en redes, aprovechamos cada puente para volver a sentir el aire puro de los pueblos, de las aldeas, de los lugares que habitaron nuestros antepasados y que tan lejanos quedan en la memoria.

El país se paraliza durante los puentes: las ciudades languidecen, cierran los bares y el silencio se apodera de las calles casi desiertas. Por el contrario, los pueblos se llenan de visitantes, de hijos pródigos que intentan reencontrarse con su pasado, revivir viejas sensaciones y volver a paladear sabores olvidados y aromas de tradición. ¡Qué sería de nosotros, pobres mortales si no hubiera puentes! A buen seguro que la vida discurriría de forma diferente, como sucede en los países del norte de Europa donde, según los datos que ofrecen las encuestas, “sólo saben trabajar, beber a escondidas por las noches en fiestas caseras, y dormir la borrachera para volver al trabajo el lunes sin resaca”.

No me extraña que nos envidien, que digan de nosotros que somos un país de indolentes, que vivimos más en la calle que en casa, que nos gusta el sol y un buen vaso de vino compartido con los amigos. Somos el último reducto de rebeldía en Europa; transgresores de normas, doctorados cum laude en la carrera del buen vivir, pese a quien pese y pase lo que pase. Al final, todo esto mal contado son cuatro días pasándolo bien y ocho pasando penalidades. La elección no es dudosa: me apunto a los cuatro.

Y lo bueno no es que lo pasemos bien, que nos divirtamos sin temor a virus ni pandemias, que gocemos cada momento como si fuera el último, no. Lo mejor de todo es que en pleno disfrute de los días de puente, no estemos pensando en el trabajo al que debemos volver, sino todo lo contrario: nos dedicamos a contar los días que nos quedan para coger otro puente largo, el de Todos los Santos, sin ir más lejos, días en los que haremos planes para el siguiente, el de la Constitución. Para que luego digan que no somos un país serio, que no calculamos, que vivimos improvisando…

Mientras pasan estos días y se aproxima la hora de volver a salir a la carretera, no nos paramos a pensar en la subida incesante del costo energético; ni en la inflación galopante, ni en el ridículo incremento de las pensiones. Ya tendremos tiempo de lamentarnos en enero, después de la Navidad, en la famosa y tópica cuesta que volveremos a afrontar con la misma desgana de siempre, pero con una sonrisa a flor de labios. Y es que este país no tiene remedio, ni tampoco queremos que lo tenga. ¿Usted sí?

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