No es mal comienzo poner los asuntos a tratar en perspectiva. Y es en una perspectiva temporal que podemos afirmar que han pasado 50 años, medio siglo, cinco décadas, 10 lustros, desde que se hicieran patentes los primeros vestigios del que terminó por ser uno de los mayores mosaicos de la época romana, enclavado en una villa de la que, aún hoy, está la mayor parte por descubrir.
El lugar, Noheda, en la provincia de Cuenca. Una provincia esta, ya de por sí rica en este tipo de patrimonio, con los enclaves de Segóbriga, Valeria y Ercávica.
Se unen a lo anterior los múltiples emplazamientos de minas de “lapis specularis”, o espejuelo.
Dicho esto, alguien podría pensar que Cuenca es hoy foco de turismo patrimonial de alcance internacional.
Nada más lejos de la realidad, lo que nos devuelve la imagen de un fracaso colectivo difícil de explicar.
Con una posición central en el eje de prosperidad Madrid-Levante, con recursos patrimoniales de este nivel, ¿Cómo es posible semejante estado de postración social y económica?
No toca hoy, pero no olvidemos que contamos en Cuenca con el mayor patrimonio paleontológico de Europa y con una capital de provincia distinguida como patrimonio de la humanidad. Pero ni por esas.
Tenemos también en Cuenca un museo llamado provincial o arqueológico. Su rehabilitación, reforma, ampliación y adecuación, duerme el mismo sueño atemporal que Noheda o el futuro de los conquenses en su tierra.
Y, sin embargo, qué mejor puerta de entrada a la Cuenca romana que un museo reformado y adecuado a las tendencias más avanzadas en la materia. Pero ni por esas.
Las condiciones objetivas de Cuenca no nos llevan necesariamente a la situación de declive social y económico en que la provincia se encuentra.
Sí nos conducen a una pregunta incómoda que alguien debería contestar.
Hay otra pregunta que si me atrevo a contestar. No, no todo va a ser turismo, pero turismo tampoco.