“Los días que cambiaron el mundo".
Lo hemos llamado globalización, ese proceso de profunda transformación económica y social que arrancó con el final de siglo. Multiplicación exponencial de intercambios de bienes, personas y servicios a nivel global. Internet. Aceleración científica y tecnología.
La primera manifestación de ese cambio radical, de un mundo que acaba y otro que nace, de ese cambio de paradigma, de una nueva ruptura en el continuo de la historia, lo tuvimos en la crisis financiera de 2008. Sus causas, la respuesta torpe del paradigma que se está agotando y sus consecuencias, nos permitían leer parte de lo que estaba por venir.
Y así como la de 2008 fue la primera crisis financiera de la globalización, en un mundo en el que ha habido crisis financieras desde que homo sapiens inventó el dinero, así la epidemia del coronavirus es la primera crisis de salud de la globalización. Sus causas, la respuesta torpe del paradigma que se está agotando y sus consecuencias, nos permiten leer con más nitidez lo que pasó en 2008 y entrever ya las formas quizá borrosas de ese nuevo mundo que emerge ante nuestros ojos en estos días en que la pandemia hace mella en el corazón de occidente, precisamente el núcleo, la piedra angular de ese viejo orden que se tambalea.
La Unión Europea ha estado desaparecida ya sin tapujos en esta nueva crisis, ahora sanitaria. Lo estuvo ya en la financiera, convertida en mero cobrador de la deuda de los países del sur. Un cascarón vacío que ha recibido el golpe de gracia, no por la huida de los británicos, si no por un simple virus ARN. Y como los gestos valen más que miles de sesudas páginas de análisis, Alemania niega ayuda de material sanitario a países como Italia y España, en emergencia sanitaria.
El orden mundial que declina en estos días en que cambia el mundo...
Lo escribí el 13 de marzo de 2020. En el inicio de la tragedia, en medio del pánico individual y colectivo ante lo que estaba ocurriendo y ante un futuro repentinamente oscuro y despiadado. No sabíamos ni tan siquiera las razones ciertas del espanto que nos rodeaba, mucho menos su desenlace.
Todos sabíamos sin embargo que nada sería igual cuando todo acabara.
Estamos en septiembre de 2021. El drama no ha terminado pero su epicentro se nos antoja a veces como una pesadilla irreal. No queremos olvidar al tiempo que lo necesitamos.
Y, efectivamente, nada será ya igual, aunque seguimos sin atisbar la forma y alcance de la transformación post-covid.
Cierto es que la respuesta europea, desnortada en el inicio, se ha rehecho según avanzaba la lucha contra el virus.
Pero no estamos en una época de cambios, estamos en un cambio de época y, en este contexto, un coronavirus especialmente eficaz en transmitirse (globalización vírica podríamos decir) se suma a las profundas fuerzas de transformación que darán forma a un mundo nuevo en este siglo XXI.
Y sigo pensando que las debilidades mostradas por occidente en esta crisis pandémica nos interpelan para hablar sin tapujos de crisis civilizatoria.
El orden mundial, personificado en la OMS y bajo el paraguas americano, no ha sido tal al afrontar una amenaza para la vida en forma de virus letal que, por definición, no conoce de fronteras.
En el ámbito académico se ha hablado mucho de globalización y gobernanza, pero era eso, materia para estudiosos.
Pero un simple virus ha convertido la especulación teórica en apremiante necesidad. Ante una pandemia como la que nos asola, la prevención y defensa, o es mundial o no es suficiente.