La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Patrimonio: memoria, conocimiento y didáctica


Borsippa, Larsa, Kutha, Kisk, Adab, Babilú,
Uruk, Lagash, Nippur, Sippara, Ur, Eridú;
ciudades de magnolias pasadas a cuchillo,
collares de palabras como sonrisas tristes.

Ciudades como gritos surgiendo de la arena,
ciudades como hogueras de temblor desatado,
ciudades como noches, ciudades como ruidos;
vuestra hermosura cruje debajo de la nada.

- J. E. Cirlot –

MEMORIA, CONOCIMIENTO Y PATRIMONIO

Según Miguel de Unamuno “la memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición es la base de la personalidad colectiva de un pueblo”. Vivimos con los recuerdos; nos esforzamos para que nuestros recuerdos se perpetúen, se vuelvan esperanza y que el pasado se haga futuro. La historia del hombre “pendiente en sus sueños del lomo del tigre”, según Nietzsche, es dolorosa; pero la pérdida de la memoria de la historia sería más costosa. La conciencia histórica es una de las vías de la búsqueda de la verdad, la herencia social y cultural filtrada por las sucesivas generaciones interpretada por el conocimiento y las investigaciones, no sólo para conocer el pasado, sino para comprender el momento actual y actuar para construir el futuro. Para E. H. Carr la historia es la larga lucha del hombre, mediante el ejercicio de la razón, por comprender el mundo que le rodea y actuar sobre él.

Las acciones del hombre están contaminadas por la mortalidad; por ello Mnemosyne, la memoria, madre de las demás Musas, tendría la misión de salvar del olvido a los seres mortales y darles un lugar en el cosmos de la inmortalidad. Y, de entre las Musas, Clío fue asignada a los historiadores griegos para que se mantuvieran fieles al trabajo de registrar las acciones del hombre en el tiempo, continuo y en constante cambio. Utilizamos materiales del pasado para pensar y construir el presente, para definirnos. Como miembros de una comunidad de recuerdos, con la memoria del pasado abrimos un futuro impredecible viviendo en lo provisional. Sin memoria, sin memoria histórica, no se puede sobrevivir. Y no todo se puede recordar ni todo se puede olvidar; el filtro de las generaciones es necesario sin ocultar, pero sin odio. La memoria debe apuntar hacia una pedagogía de la Democracia, porque el gran pecado de la historia, el fracaso, la pesadilla, es el absolutismo.

Habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos
y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor
ni la afición, no les haga torcer del camino de la verdad, cuya
madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones,
testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia
de lo por venir.
(Cap. IX-I)

La esperanza se expresa en sueños y éste podría ser que algún día sea el hombre mismo el protagonista de la historia; una historia de las acciones más íntimas, de los sueños escondidos, un conocimiento purificador que revele la verdad y la libertad. La persona, como la historia y el futuro, es si es libertad, imprevisible, luz nueva, horizonte amplio, entrega. “Somos necesariamente persona”, afirma Ortega; pero es más si se quiere serlo y con los demás, aceptando las diferencias y la complejidad del presente y del porvenir.

El tiempo real de la vida, el conocimiento del pasado, es lo que se ha hecho con un carácter intemporal, lo que ha sobrevivido a la destrucción y al olvido, soporte del tiempo que se prolonga hasta nosotros y aún prosigue como huella misteriosa del hombre: algo que queda del todo que pasa. “Cronos que todo lo descubre”, dice Píndaro. Los vestigios testimonian el paso del tiempo y propician el vuelo de la mirada y de la mente, y en los ojos parece que están las alas que nos hablan de un viaje ilimitado por espacios desconocidos, con la nostalgia del tiempo perdido bañado de silencio e inocencia. El descubrimiento del tiempo, saber que nuestra vida es tiempo, da madurez, y lo descubrimos cuando parece que queda poco, cuando algo nos ha abandonado, cuando algo ha dejado de ser y se acentúa la melancolía del perpetuo pasar de las cosas, lo fugaz de nuestra condición.

El tiempo huye y, a pesar de toda nuestra avidez por retenerlo, escapa. No me pertenece el pasado ni el porvenir. Estoy suspendido en un punto del tiempo fugitivo... Más larga y fiel es la memoria de los detalles que su presencia... ¡Qué poco vale lo que perdemos! Dos cosas excelentes nos seguirán a donde quiera que vayamos: la naturaleza que es común a todos y la virtud que nos es propia”.
- Séneca -

Conocer y respetar el patrimonio natural y cultural es necesario para que la herencia que hemos recibido pase enriquecida a las nuevas generaciones. Las potencialidades educativas que tiene el patrimonio son varias y todas apuntan a una educación integral de los educandos: posibilitan la adquisición de conocimiento histórico, se desarrollan habilidades y dominio de procedimientos de carácter investigador, favorece la formación de valores como la identidad y la responsabilidad, refuerza la memoria histórica colectiva, facilita el conocimiento de las transformaciones ocurridas en la vida cotidiana y general a través de diferentes testimonios y reconoce el valor cultural del patrimonio celosamente guardado para las nuevas generaciones. Conocer el patrimonio nos sensibiliza para conservarlo, restaurarlo y divulgar los valores patrimoniales comunitarios, tanto locales como internacionales. El patrimonio es una fuente de conocimiento y por tanto abierto a la reinterpretación de forma sistemática.

La arqueología de la memoria nos lleva a conquistar saberes, construir los propios y animarnos a una perspectiva de futuro, en un laboratorio de la Historia dinámico y cambiante, ya que todos somos transmisores de patrimonio. El orden de la memoria parece ser el orden de la historia. Pero el mar de la memoria está compuesto por lo consciente y las profundidades tenebrosas del subconsciente, que, según Freud, dan como resultado la brumosa heterogeneidad de los sueños. Y, según Italo Calvino, “las ciudades como los sueños son andamios de deseos y miedos”.

LA CIUDAD COMO MARCO FUNDAMENTAL DEL PATRIMONIO

La ciudad tiene una función educadora, es un marco de trabajo fundamental donde conviven todos los diferentes tipos de patrimonio: histórico, artístico, monumental, documental, fotográfico, lingüístico, tradiciones, inmaterial, entorno agrario y paisaje natural. El lenguaje de la ciudad es un diálogo de espacios, comunicación, trabajo, gobierno, planificación, memoria, proyectos, intercambios, sensaciones y sueños que necesita una fundamentación interdisciplinar.

La ciudad con sus problemas y seducciones es un espacio creado y transformado por el hombre; un espacio complejo, de unidades económicas y sociales, que requiere un estudio interdisciplinario; lugar de la historia y los historiadores que nos leen la evolución de la morfología urbana con planos, documentos o con los restos de sus monumentos; espacio de los geógrafos que nos explican el paisaje urbano, los aspectos físicos, demográficos o económicos. La ciudad es también el espacio del economista, el sociólogo, el educador, el ingeniero, el arquitecto; lugar de la política por excelencia, de ideas, de expresión de entidades y culturas, de intercambios y respeto, de peligros, de “sueños y fantasmas”. Para Pierre Besnard “la ciudad traduce la historia profunda de una región y de sus diferentes etapas en el proceso de civilización, es una arqueología de la memoria. Pero es también la figura de la modernidad más actual y la expresión de una tensión hacia el futuro”. Sentir la ciudad como un todo integrado, “un laboratorio de la historia”, donde dialogan pasado y presente en un espacio físico con elementos humanos y naturales que lo hacen dinámico y cambiante, y en el cual somos todos protagonistas; ver la ciudad como un espacio también subjetivo, sentido y vivido, fuente de sensaciones con las que desarrollamos nuestro comportamiento; llegar a comprender que las formas del espacio urbano y natural es un lenguaje universal, el lenguaje de la vida; que todos somos transmisores de patrimonio; valorar lo inmediato, lo local, con un horizonte planetario, son objetivos de la didáctica del fenómeno urbano con los que crear una conciencia apoyada en el conocimiento que fomente la participación y el desarrollo de actitudes y valores para una ciudadanía responsable. Formando ciudadanos críticos y activos, comprometidos y solidarios, asumiendo derechos y deberes, podremos insistir en la utopía de construir una sociedad plural y consolidar el ejercicio de una ciudadanía democrática con el diálogo armónico entre los diferentes lenguajes de la ciudad y del entorno, para comprender el presente y proyectar el futuro.

Desde el IV milenio a.C. el proceso de desarrollo urbano ha sido imparable; alguna sciudades han desaparecido, de otras sólo nos quedan escasos vestigios, otras mantienen sus restos históricos dándoles la categoría de ciudades históricas, confiriéndoles su identidad. Perder la ciudad era como perder el alma, como estar muertos antes de descender a la tumba, como volverse ciegos después de haber gozado largo tiempo de la luz del sol y de los colores de la tierra, era peor que ser esclavos, porque muchas veces los esclavos no recordaban su pasado.
- V.M. Manfredi, sobre los griegos -

La ciudad es un espacio ideal para investigar, conocer y enseñar. Podemos resumir esta idea con esta cita de Lewis Monfort: La enseñanza que ofrece la ciudad en su globalización, ninguna escuela puede sustituirla.

CONOCER Y ENSEÑAR LA CIUDAD DE CUENCA

Durante los estudios de Bachillerato, en los años setenta, mis profesores me despertaron el interés por el conocimiento y especialmente por la Historia, por el valor de la educación y a saber conservar e innovar. En el IB “Santa María” de Ibiza ya se creó una asignatura optativa sobre “Historia de Ibiza” impartida por el profesor Juan Marí Tur, conocedor y amante de la cultura púnica, y que un día llevaría a los alumnos a la misma ciudad de Cartago. Años más tarde, trabajando como profesora en el IB “Joan Salvat Papaseit” de Barcelona, al conocer la importante labor didáctica de la profesora Genoveva Biosca dentro de la asignatura “Conocer Barcelona”, me convencí de que uno de los proyectos que tenía que realizar cuando pudiese conseguir el traslado a Cuenca sería conocer y enseñar su historia.

De mi trabajo en el IB “Julián Zarco” de Mota del Cuervo, durante los cursos de 1989 – 91, resultó un experiencia muy positiva con los alumnos de 1º de BUP las actividades que realizamos dentro de un programa que titulamos Conozcamos nuestros pueblos; con el que pretendíamos concienciar de la necesidad de conocer, valorar, conservar y transmitir el patrimonio histórico, artístico, documental, folklórico, de arquitectura popular, rural, etc, tan poco valorado en las áreas rurales en ese momento. Con la implicación de las familias de los alumnos y el Ayuntamiento, realizamos trabajos de investigación, fotográficos, recopilación de aperos de labranza en desudo abandonados en los corrales; buceamos en las cámaras y en los baúles; hicimos exposiciones; realizamos rutas por los pueblos de la zona (Las Padroñeras, El Pedernoso, Belmonte, Villaescuca de Haro y otras localidades). Y surgió la idea de crear un museo etnográfico. Hoy estamos convencidos de que fue una labor importante para todos: profesores, alumnos, padres e instituciones.

En el curso 1991-92 llegué como profesora de Geografía e Historia al IB “Alfonso VIII” de Cuenca. Subí al Cerro del Socorro, la luz de la mañana marcaba con rotundidad los contornos de la ciudad y sus edificios; la ciudad se asomaba majestuosa y desafiante a la hoz del Huécar, destacando sus iglesias, la catedral, la arquitectura popular de los “rascacielos” de San Martín, el puente de San Pablo; pero especialmente llamaba mi atención los balcones de las Casas Colgadas que albergan el Museo de Arte Abstracto Español desde 1966, un lugar simbólico de la ciudad y de referencia internacional. Unos días más tarde encontré el siguiente texto escrito por Fernando Zóbel el 5 de Marzo de 1981:

Porque en mi vida, a la vez que he sido artista, he querido siempre ser dos cosas: maestro y alumno. He conocido, mejor dicho, he vivido muy intensamente, la pasión de aprender y el profundísimo deseo de enseñar. Quizás el sentido más íntimo de mi obra, museo, cátedra, colección, investigación, pintura... se encuentra definido por esas dos palabras: enseñar y aprender. Enseñar a ver y aprender a ver.

 Me sentí tan identificada con el texto que emprendí la tarea de conocer la historia de la ciudad que parece mantener un diálogo sinfónico con el paisaje natural sobre el que se asienta, se asoma y lo circunda. Era el momento de sumergirme en el laberinto de sus calles, rastrear su historia y seguir el hilo de Ariadna por un fascinante laberinto. En el Departamento de Geografía e Historia del IES “Alfonso VIII” se planteó la posibilidad de ofertar la asignatura optativa Geografía e Historia de Cuenca de la que me hice responsable. Hay que destacar el gran apoyo que recibí del Catedrático José Luis Aliod Gascón y del Director del Centro Juan José Gómez Brihuega, dos entusiastas conocedores de la ciudad, que me pusieron en contacto con las instituciones e investigadores, Francisco Suay, Víctor de la Vega, Museo de Cuenca. Archivo Histórico Provincial, Archivo y servicio de publicaciones de la Diputación,… Sin la generosidad y el interés de todos, el trabajo habría sido muy difícil. No nos equivocamos si decimos que estábamos planteando una asignatura pionera en los centros de enseñanza de Cuenca y de toda la provincia. En el curso 1994-95 iniciábamos la aventura. Desde entonces, durante quince cursos, unos quinientos alumnos cursaron la asignatura Geografía e Historia de Cuenca.

El recinto histórico de Cuenca no responde al prototipo de “ciudad monumental”, su singularidad radica en ser una “cuidad paisaje. Ello no es óbice para que también cuente con un patrimonio arquitectónico de indudable valor, monumental en unos casos y popular en otros. El espíritu de la ciudad, aunque posee una importante catedral gótica, se lo dan el entramado singular de su planta y caserío, sus conventos e iglesias, sus restos de murallas, su luz y su paisaje. Sus altas y voladas casas, construidas al borde del abismo rocoso, son la imagen que recuerdan los viajeros, pintores y escritores. Esta ciudad es la que Pío Baroja consideraba como un “producto estético, perfecto y acabado”
- M. A. Troitiño Vinuesa, Catedrático de Geografía Humana -

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