La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Por España


Seguro que conocerá usted a alguna de esas personas que solo saben pisar charcos. Aquellos que no pueden evitar opinar cuando nadie se lo ha pedido.

Pues, a poco que haya leído alguna de mis columnas, sabrá que así soy yo. ¡Qué le voy a hacer! Y por eso me pasa a menudo que expreso mis ideas sobre algo de forma tan vehemente que parece que dicto un dogma. Nada más lejos de la realidad; se trata de simples opiniones no ya personales, sino personalísimas. Que la forma en la que lo hago sea tan contundente no va más allá de la mera deformación profesional.

Lo digo porque como buen pisador de charcos cuasi profesional, no he podido ni he querido dejar de pisar el charco del PP.

No será ninguna sorpresa para usted mi afiliación política, recurrente lector. Cuando uno desempeña un pequeño, pero muy noble, cargo electo por un partido político, como es mi caso, la ideología política sale del ámbito de lo privado y se convierte en un hecho notorio.

Y es por ello por lo que, aunque en mi partido no dejo de ser un militante de base más, soy un militante, con lo que eso conlleva. Y es en esta libertad en la que me dispongo a escribir estas líneas. No me represento más que a mí y quien quiera identificarme con una familia u otra (si es que queda alguna), estará, sencillamente, equivocado:

En unos pocos días, he pasado del estupor al enfado y, de ahí, a la vergüenza. Quienes me conocen, saben que, en política y en muchos otros aspectos, jamás pondré la mano en el fuego por nadie que no sea yo; y no será ésta una excepción.

Tengo las carnes abiertas, como lo está mi partido. Veo asombrado cómo se están lavando los trapos sucios a la vista de todos, sin el pudor de quien ve su ropa interior expuesta al público. Y es ahí donde comprendo que más de una cosa se habrá hecho mal cuando un partido implosiona de tal forma que hace que quienes debían guiarlo, estén socavando su credibilidad.

Y todo, me temo, por el ego.

Es cierto que en la vida hay amigos íntimos, enemigos mortales y compañeros de partido; en ese orden de intensidad. Lo que estamos sufriendo lo demuestra. Siempre ha habido trapos sucios que lavar, como en todas partes. Y creo que no hace falta repetir que éstos se lavan en casa por razones obvias.

El espectáculo es grotesco y solo beneficia a un Gobierno débil que, hasta hace unos días, veía con miedo cómo una alternativa real de gestión y seriedad se iba formando en lontananza. Que me expliquen ahora si es que han sido ingenuos o suicidas, porque me dará lo mismo. El daño está hecho y hay que atajarlo ya. Y la única forma de atajarlo que soy capaz de ver es devolver la voz a quienes deben tenerla. A aquellos que sustentan el Partido en los pueblos, en los barrios, en las Comunidades Autónomas. A los que trabajan primero por España, luego por el Partido y sólo en último lugar, por sí mismos.

Y hagámoslo integrando, sin venganzas, personalismos ni rencores. Hagámoslo respetando a quienes se van y sin perder de vista la dignidad del cargo que han ostentado. Consigamos erigir un tertium genus, una tercera vía de unidad; donde veo con esperanza, no lo niego, cómo el viento gallego empieza a refrescarnos, y lo agradezco. La solvencia, la profesionalidad y la estabilidad avalan esa vía. ¡Cuánto me ha gustado siempre Galicia!

Aunque sea difícil entenderse después de lo ocurrido, es obligación de la política llegar a pactos, porque solo se acuerda la paz con quien antes se estaba en guerra.

Porque siempre he creído que el Partido Popular es el partido que mejor defiende a España, por eso milito en él. Y por ese motivo jamás podría perdonar que sus problemas internos puedan dañar los intereses de la Nación.

Es la obligación del Partido servir a España y trabajar por y para ella. Cada día que pasa en esta situación inaudita nos impide hacerlo como debemos. Estamos a tiempo. Hagámoslo.


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