Una constante del verano es el blockbuster de la gran pantalla. Y además de las apuestas familiares y de superhéroes, el género que más tiempo lleva abriendo la cartelera es el de desastre. Y el largometraje que marcó el camino no fue otro que "Tiburón", de Spielberg.
Algo antes en el tiempo, y en el otro lado del globo, "Godzilla" era la propuesta japonesa para tratar, de una forma sutil, el tema de catástrofes naturales. Y como la fama del monstruo, y su cantidad de secuelas, la industria de Los Ángeles también quería la suya.
Escogieron a Roland Emmerich, quién ya destruyó lugares emblemáticos en su "Independence Day". Pero con Godzilla no tuvo éxito, al menos entre crítica y fans del monstruo de Soho. Entre otras cosas porque el monstruo, al final es una persona en un disfraz, o unas maquetas.
La evolución de la tecnología permitió una destrucción más realista y brutal. Algo que Hollywood siempre ha empujado, en detrimento de personajes y guión.
No es necesario para hacerse con la taquilla. Aunque en los últimos años la tendencia está cambiando. Otra vez, a causa de los seriales de superhéroes, las películas de vaqueros del siglo XXI. En el género de desastres naturales es raro encontrar un papel antagónico. Como mucho, y el más memorable, el del escéptico alcalde en la ya citada "Tiburón", que finalmente reconoce su error.
Por el otro lado del espectáculo, el cine de serie B, si abraza la experimentación. El presupuesto tiene que compensarse con la idea, aunque sea más mala que las intenciones del villano. Pero consigue cierto encanto, por la tragedia convertida en chiste.
Y es, tanto al principio como al final, lo que el público busca en el género: el espectáculo inmediato, que cuando acaba, pues a otra cosa. A la catástrofe que nos encontramos en el día a día.