Hay cosas que merecen ser poseídas y conservadas: la vida, la salud, la familia, la amistad, la alegría, el bienestar, la buena fama… Son bienes sumamente valiosos. Tanto en la conquista de lo que no se posee como en la conservación de lo que no se quiere perder se ponen en juego dos acciones: la resistencia y el ataque.
La resistencia es el acto más propio de la fortaleza, el más necesario. También el más difícil.
Significa no abandonar la tarea, no rendirse a las dificultades, solucionar los problemas, no dejarse arrebatar la serenidad ni la clarividencia. Se le puede llamar tener paciencia, palabra que puede evocar debilidad cuando en realidad supone lo contrario. La paciencia mantiene a la persona dueña de sí misma, no permite que seamos agobiados por la tristeza, la inconstancia o las contrariedades. Como dijo Cicerón: ”Es indigno del hombre rendirse a otro hombre, a los temores o a los vaivenes de la vida”.
Víctor Frankl muestra esa actitud en este párrafo:
“Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a algunos hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo la última libertad: la de elegir su propio camino”.
Ante este tipo de bienes cobran significado las palabras que Paul Claudel escribía a uno de sus hijos:
“Un joven necesita heroísmo para resistir las tentaciones que le rodean; para creer él solo en una doctrina despreciada; para osar enfrentarse- sin ceder un milímetro- a la blasfemia y a la burla que llenan los libros, las calles, los periódicos; para resistir a su familia y a sus amigos; para estar solo contra todos”.
Esta actitud no se entiende cuando se rebaja la vida moral al conformismo del “vive y deja vivir”, reacio al esfuerzo.
Una dimensión importante de la fortaleza es la coherencia: vivir de acuerdo con lo que se piensa; preferir la incomprensión a la ruptura entre las convicciones y la conducta. Cuando no está en juego la moralidad se puede adoptar la vieja táctica del “si no puedes vencerlos, únete a ellos”. Pero hay asuntos en los que no se debe ceder. Sócrates , ante la posibilidad de escapar y librarse de la muerte, responde a Critón:
“Los principios que profesé toda mi vida no debo abandonarlos hoy porque mi situación haya cambiado; los sigo mirando con los mismos ojos; les sigo teniendo el mismo respeto y veneración que antes; y si no los hay mejores, ten por seguro que no aceptaré lo que me propones”.
Ser fuerte no significa no tener miedo, la fuente de esa valentía suele ser la esperanza. Antes de una batalla decisiva, Alejandro Magno repartió sus bienes entre sus generales. Cuando uno le preguntó porqué regalaba todo y se quedaba sin nada, Alejandro respondió: “A mí me queda la esperanza”.