La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Tempus fugit


¡Cómo pasa de deprisa el tiempo! Parece que fue ayer cuando escribí por última vez mi contraportada en el diario La Tribuna, dando por finalizada mi andadura laboral y profesional, desarrollada a lo largo de casi cuarenta años.

Pensaba que nunca más volvería a enfrentarme al temor del folio en blanco, a la premura de tener que escribir una columna, y durante un año y cuatro meses no he sentido la más mínima tentación de volver a ponerme frente al teclado. Ha sido un periodo de reflexión, largo y doloroso, en el que la vida nos ha cambiado por completo. Hemos perdido seres queridos, nos han arrebatado la libertad de movimiento, han hecho que sintamos temor a abrazarnos, a compartir, a sonreír, a disfrutar de una bocanada de aire fresco sin la mordaza que estamos obligados a llevar al cuello como aquel viejo collar que identificaba a los esclavos de la Roma Imperial. Todo sea por sobrevivir y erradicar esta maldita pandemia que padecemos y que, a estas alturas, con más de cien mil muertos en España, nadie sabe aún ni cómo se generó ni si hay remedio para volver a disfrutar de la vida como lo hacíamos antes.

Tiempos duros, sin duda, que sacuden a una sociedad necesitada de cambios. Una sociedad que vive de espaldas a la realidad, emboscada en el mundo virtual, ficticio y artificial, al que de manera infame contribuyen los grandes medios de comunicación de masas. Nos hicieron creer que ‘Facciamo finta che tutto va bene’, y nos alienaron con ‘Resistiré’ cuando la realidad era bien diferente: nada iba bien y miles no pudieron resistir.

En poco tiempo hemos aprendido a sufrir en carne propia, tragedias que antes sólo veíamos durante un par de minutos en los informativos. Todo a nuestro alrededor era quietud y tristeza; todo rezumaba una calma crispada, casi agónica. La ciudad se cubrió con el llanto en las pupilas y la amargura a flor de piel en la primavera no vivida; rota a veces por el sollozo, el murmullo y el silencio. El tiempo se hizo eterno en las plomizas mañanas de marzo, quebrado a penas por el vuelo de un gorrión inocente. Y tras el leve aleteo, de nuevo el silencio, la imagen congelada, la mirada ausente tras la ventana.

Hemos sentido el dolor de la desaparición de familiares sin ni siquiera poder cogerles la mano para sentir por última vez su calor. Hemos llorado en silencio, de rabia e impotencia, e incluso hemos llegado a dudar de si la vida merece la pena…
El tiempo se va. Y como bien dice el refrán, es el tiempo el que cicatriza las heridas y hace que el olvido sirva de ‘bálsamo curalotodo’ como remedio a nuestros males.

Comenzaba este intento de columna haciendo referencia al tiempo, a la fugacidad del instante y la brevedad de la vida. Ese tiempo que es juez inexorable, marca ahora el fin de estas primeras líneas que espero sean el prólogo de otras tantas que a lo largo de las semanas se verán plasmadas en esta sección de la nueva publicación digital La Opinión de Cuenca. Con ese deseo pongo punto y seguido a este retorno al teclado, retorno al oficio, retorno al antes de la maldita pandemia y sus trágicas consecuencias que ha dejado entre nosotros. 

“Los que aman profundamente nunca envejecen. Pueden morir de vejez, pero mueren jóvenes” (Arthur Wing Pinero)

 

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