La Opinión de Cuenca

Magazine semanal de análisis y opinión

Viaje a ninguna parte


El título de una excepcional película, protagonizada por el gran Fernando Fernán Gómez, me sirve de excusa para titular la columna semanal, estableciendo paralelismo entre las penurias y la decadencia de los viejos cómicos que andaban de pueblo en pueblo con sus funciones teatrales, con la decadencia y el viaje sin retorno que Cuenca, la Cuenca de la que tanto se les llena la boca a los políticos, acaba de iniciar con la desaparición del tren convencional.

Así, de un plumazo, y sin anestesia, los ilustres próceres que nos gobiernan, suprimen un medio de transporte esgrimiendo como argumento el déficit de la línea férrea y el deterioro que ha venido sufriendo en las últimas décadas. ¿Deterioro? Sin duda que lo ha sufrido, pero ¿a quién es imputable el deterioro y la ausencia de inversiones para su mantenimiento?

Un cierre de un medio de transporte que viene a sumarse a otros tantos agravios como está sufriendo nuestra capital y buena parte de la provincia. Agravios, sí, en comparación con otras provincias de nuestro entorno, a las que se dota de infraestructuras y se potencian las que ya tienen.

Y mientras unos echan el cierre y bajan la persiana, otros se pavonean y sacan pecho embaucándonos con los grandes fastos de celebración del aniversario de la denominación de la Cuenca como Ciudad Patrimonio de la Humanidad. ¿Patrimonio? ¿Acaso no es patrimonio el asfaltado de las calles, el alumbrado, la ordenación urbanística, los accesos al casco antiguo, la limpieza, la reestructuración lógica del tráfico? ¿Saben realmente nuestros dirigentes lo que es una Ciudad Patrimonio? ¿Se les ha ocurrido visitar ciudades con la misma denominación y tomar nota de lo que hacen para tratar de implantarlo en la nuestra? Me temo que no lo han hecho. Lo más que se les ocurre es vender humo y circo, pantomimas callejeras, músicas celestiales, en tanto llegan las elecciones y vuelvan a proclamar a los cuatro vientos las mismas irrealidades y volver a revendernos promesas. ¿Dónde está el Palacio de Congresos prometido? Claro que, ¡cómo van a construir un palacio de congresos si cuando lo prometieron no había ni autovía hasta Tarancón!. 

Ciudad Patrimonio sí, pero patrimonio de la decadencia, de la desidia, de la inoperancia y la falta de criterio. Ciudad Patrimonio, sí, pero de la ‘cultura’ sin cultura, de la falta de un Museo Arqueológico en condiciones, en lugares accesibles para el visitante, en ocio nocturno y competitividad de precios y servicios. Ciudad Patrimonio, sí, pero de un patrimonio que entre todos estamos dilapidando porque somos conformistas y nos aferramos al ¡Ea! como solución a nuestros problemas. Resignados, sí, como ciudad y como ciudadanos, sin un tejido social fuerte, reivindicativo, luchador y defensor de nuestros intereses frente a quienes los pisotean una y otra vez y a los que seguimos votando cuando llega el momento. Tras el voto, y la consolidación de la poltrona, vuelta al sueño eterno, a seguir vegetando otros cuatro años. Eso sí, mientras, hablamos de la España vacía, de lo sostenible, reutilizable, reciclable, etc., etc., etc. Milongas para seguir manteniendo en suspense el final del cuento, aunque los que ya hemos superado las seis décadas, hemos vivido lo suficiente como para que no nos sigan engañando con el caramelo.

Cuenca, flamante Ciudad Patrimonio de la Humanidad, ha emprendido el último viaje en tren. Y sabedora de que es el último, se ha vuelto a resignar. Ha subido al vagón de cola, ese con asientos incómodos de madera, y se ha acomodado en su rincón, mirando a través de la ventanilla el paisaje, los colores de la tierra, el verde del río y las nubes cómo van pasando a toda velocidad. Un viaje sin retorno, en el tren de la decadencia que, como el título de esta columna, no lleva a ninguna parte.

 

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